La escuela tradicional se encargó siempre de premiar: “el mejor alumno”, “el mejor compañero”, “la asistencia prefecta”, “el que llega primero…” , convirtiendo así al aprendizaje en una competencia individual y poco tolerante con la diversidad y los procesos de cada estudiante.
Por otro lado, se ocupó de castigar lo diferente, lo inesperado, lo diverso y de esta manera transmitir estereotipos que distan mucho de la realidad social en permanente cambio y evolución, donde necesitamos compartir y no competir.
La Educación Formal necesita motivar el aprendizaje desde un lugar libre de premios o castigos, en donde todos y cada uno puedan aportar su singularidad para potenciar el conocimiento a partir del debate y los acuerdos entre pares.
APRENDER debe ser el premio y la posibilidad de poner en acción esos aprendizajes ante nuevos desafíos, donde la mirada del otro sea para construir nuevas posibilidades y los errores formen parte de ese proceso.
La manera natural y por excelencia del aprendizaje de los niños es el juego y con él un mundo infinito de posibilidades en donde no hay equivocaciones, sino múltiples opciones de crear estrategias innovadoras, a la vez que permite potenciar la curiosidad y el asombro, como motores del aprendizaje.
Albert Einstein decía: “El juego es la forma más alta de investigación”.
Para que un niño aprenda debe investigar a partir de la inquietud que le genere la propuesta del docente y con ella, poder explorar todas las posibilidades hasta construir un nuevo aprendizaje, sin estereotipos, sin moldes o estructuras que lo condicionen.
La exploración y la indagación son las estrategias innatas en la niñez para conocer y aprender del entorno, por lo tanto, si aprovechamos este tesoro y lo potenciamos en la escuela, el aprendizaje sería una consecuencia natural ante las propuestas creativas de los docentes.