Sartre sostenía que percibirnos libres nos posiciona en un lugar de cambio, de posibilidades de modificar nuestro presente sin quedarnos anclados en situaciones pasadas.
Por generaciones, las mujeres hemos ocupado lugares incómodos, socialmente legitimados como mandatos a cumplir, más allá de nuestros ideales. Se suponía que una mujer, para ser una verdadera mujer, tenía un tiempo para casarse, para ser madre y era más valorada su misión dentro de su hogar, que sus sueños por cumplir.
Romper con esas viejas estructuras y animarse a elegir suena bonito pero no para todas es fácil. Este proceso supone renunciar a muchos espacios y personas que, aunque incómodos, en cierto modo otorgan la “tranquilidad” de ser lo conocido.
Dar el salto en busca de lo que verdaderamente somos es un aprendizaje que duele y no es metafórico, duele de verdad: duele el pecho de angustia, duele la panza de nervios, duele la cabeza de pensar, duele al alma por la incertidumbre. Pero que ese dolor sea el impulso para volar alto y dejar atrás lo que no nos representa depende absolutamente de nosotras! De NADIE más!
No está mal sentirnos mal en el proceso, no está mal pedir ayuda, no está mal volver a intentarlo tantas veces como sea necesario. No existe un solo camino ni una receta, existen tantas posibilidades como mujeres en el universo, cada una con su historia, cada una con su tiempo, cada una con su sueño, cada una única e irrepetible.
Reconocernos y permitirnos cambiar aquello que no es para nosotras es el mayor regalo que nos podemos otorgar.