Cuántas veces hemos escuchado esto de “Aprender a soltar”.
¿Soltar qué? ¿Soltar cómo? ¿Soltar cuándo?
Parece una frase de moda o un cliché. La verdad es que esta frase resuena en varios entornos y muy fuertemente, entre las mujeres.
Soltar es sinónimo de superar, de crecer, de evolucionar. Lo más complejo es encontrar la manera de hacerlo, con los menores daños colaterales posibles.
Soltar, está unido al agradeciendo y al perdón. Es encontrar, en aquello que ya no quiero, el aprendizaje. Se trata de perdonar lo que nos lastimó y dejar ir sin apegos ni rencores. Es poder reconocer, lo que en su momento, nos produjo bienestar y guardarlo como aprendizaje para liberarnos, de lo que ahora, ya no nos corresponde.
Estos son procesos en los que cada uno se tomará el tiempo que necesite, teniendo en cuenta que hasta que no soltemos, no habrá espacio para atrapar.
Como todo proceso, suele ser complejo, hasta doloroso y en ocasiones, podemos sentir que nos gana la angustia. Es ahí, donde hay que tomar aire profundo, hacer presente, consciente, visible, aquello que realmente me hace bien y tomar fuerzas para dejar ir lo que ya no, dejar ir porque ya no es para mí.
En este momento entran en juego un montón de temores, dudas, incertidumbres y sobre todo, el ego lastimado, que nos sumerge en un profundo dolor. Es necesario tomarse el tiempo para hacer el duelo y dar el salto! Esa bocanada de aire que nos hace sentir que estamos vivos y que hay un universo de posibilidades esperando a ser conquistados.
Soltamos de verdad, cuando al recordarlo no duele, no enoja, no lastima. Soltamos de verdad, cuando lo miramos con gratitud, como un momento que nos permitió ser quienes somos hoy, sin resentimientos ni reproches.
No podremos atrapar nuevos sueños sin soltar lo que hoy nos quita la paz.