Cuenta la leyenda que Santa Claus o Papá Noel sí existió. Fue un monje de origen griego llamado Nicolás de Bari, que vivió en el siglo IV en Anatolia.
San Nicolás era alegre, generoso y le encantaba regalar dulces a los niños, tanto así que, siendo muy joven, conoció un pobre campesino que tenía varios hijos y para ayudarlo, dejó caer monedas de oro en la chimenea de su humilde casa. Las monedas terminaron en unas medias de lana que habían dejado secando alrededor del calor de la fogata. Desde entonces, esa historia se hizo eco y los niños comenzaron a escribirle cartas esperando que, por sus chimeneas, también les llegaran sus regalos.
Con el tiempo, Santa necesito ayuda para poder cumplir con el sueño de tantos niños y les dejó ese legado a los adultos que aún guardaban en su corazón la magia de la Navidad.
Acompañar a los más pequeños a escribirle a Santa, alimenta la creatividad, la empatía y mantiene viva la ilusión. Es una buena ocasión para enseñarles a pedir regalos desde el corazón, regalos que los nutran de enseñanzas, a la vez que nos permitan, a los adultos, reconocer sus necesidades.
Motivarlos a pensar qué les gustaría cambiar o mejorar, qué les gustaría hacer con papá y mamá, cómo esperan que sean sus amigos, son regalos que pueden expresarlos en esa carta y ser la oportunidad de compensar algunas de sus necesidades.
Es el momento de explicarles el valor de los vínculos amorosos y que los regalos, no solo pueden ser objetos, sino momentos de disfrute y armonía, para atesorar y compartir.