La vida nos enfrenta a múltiples situaciones cotidianas, con mayores o menores dificultades, con muchas o pocas herramientas.
En cada etapa de nuestra existencia, vamos transitando lugares que nos permiten crecer, evolucionar, aprender. También, recorremos espacios donde el miedo o los daños nos paralizan, nos ahogan, nos aturden.
Las mujeres somos, en gran medida, las que organizamos y gestionamos nuestros hogares, anteponiendo las necesidades familiares a los sueños o talentos por desarrollar. Por todo esto, suelen invadirnos emociones complejas que no nos permiten avanzar.
Para poder tomar las mejores decisiones necesitamos alejarnos, tomar distancia para observar, para analizar, para respirar y encauzar aquello que nos angustia. Cuando tomamos distancia, reflexionamos, obtenemos mejores herramientas para decidir qué hacer y cómo. Alejarnos, no es salir corriendo o escapar de la realidad que nos atraviesa, es poder marcar un límite entre lo que siento y lo que vivo con la mayor objetividad posible para pensar en la estrategia de solución o superación.
Mientras encontramos la manera, lo mejor es transformar esas emociones en un viaje! Viajar con nuestros sentidos y reflejarlos en un dibujo, en una canción, en un baile, en cualquier actividad que nos permita liberarnos como si viajáramos sin equipajes, livianas, con la atención puesta solo en disfrutar de ese momento. Cuando el cerebro se libera, aunque sea por unos minutos, comienza a cambiar de perspectiva y mirar con mayor claridad los rincones más oscuros.
Si nos quedamos enredadas en los conflictos, difícilmente encontremos la solución y se transformará en un viaje pesado e incómodo.
Aléjate un momento y la perspectiva te dará las respuestas, como si contemplaras una puesta de sol en tu lugar favorito.
Tomar distancia a tiempo, nos permite relacionarnos desde el amor y encontrar opciones, que hasta ese momento, parecían imposibles.
Viajar con los sentidos enriquece el alma y fortalece el corazón.