Si la participación de los hombres en el proceso revolucionario de mayo de 1810 fue activa e importante, constituye una injusticia histórica la poca trascendencia y homenajes que se dispensan a la actividad de las mujeres.
Ellas, desde la honrosa función de amas de casa, esposas, madres, hijas o hermanas, estuvieron por distintas razones cerca de los héroes de tan gloriosa gesta, desde soportar largos días de ausencias, cargando sobre sus hombros el sostén de las familias, proporcionando una caricia, la entrega de amor, una voz de aliento en los momentos difíciles o el regocijo compartido en el logro de los grandes objetivos, arriesgando muchas veces el sutil consejo que surge del instinto particular de la mujer, manteniendo impecables sus trajes y uniformes, cosiendo y bordando estandartes, organizando y asistiendo a tertulias donde se trataban temas afines a la revolución, escribiendo y difundiendo proclamas, aportando solidariamente sus joyas, dinero u obras de arte, hasta aquellas de piel morena con su mazamorra y empanadas calientes repartidas en la húmeda plaza del 25.
Podríamos mencionar a muchas de aquellas gloriosas mujeres, pero basta recordar en representación de todas ellas a María “Mariquita” Sánchez de Thompson, la misma que entonara por primera vez las estrofas de nuestro Himno Nacional, a Doña Casilda Igarzábal esposa de Nicolás Rodríguez Peña, Bernardina Chavarría esposa de Juan José Viamonte, María Guadalupe Cuenca esposa de Moreno, Doña Manuela Pedraza auténtica representante del criollismo que desoyó una parte de su sangre para ponerse al lado de la libertad, Martina Céspedes y sus tres hijas, la salteña Juana Moro de López gran colaboradora de los Ejércitos libertadores, Ana María Périchon de Vandeuil de O’Gorman abuela de la desafortunada Camila, fusilada por amor junto al cura Gutiérrez, Ana Riglos y Melchora Arrascaeta entre otras.
Pero también estuvieron aquellas que decididamente expusieron sus vidas empuñando las armas al lado de los hombres, como “la negra” María Remedios Del Valle que luchó en varios batallones como soldado, María Magdalena Dámasa “Macacha” Güemes hermana de Martín Miguel de Güemes, con quien compartió las montoneras echando al enemigo del norte del país y la más emblemática de todas, la que mereció canciones y poemas “la mestiza” Juana Azurduy peleando al lado de su esposo Manuel Padilla y luego sola hasta las últimas consecuencias.
Es verdad que en nuestros días la mujer ha logrado más derechos, más respeto e inserción social, pero aquellas heroínas de mayo, venciendo los prejuicios y el exagerado “machismo” de la época, supieron escribir con coraje, amor y entrega, un glorioso capítulo de la historia de nuestra Patria.