Es habitual, que ante una conducta inapropiada, niños o adolescentes, reciban una penitencia o castigo.
Los castigos son la salida rápida ante un conflicto y generalmente no se logra mucho más que temor, enojo y recurrencia de aquellas conductas que intentamos mejorar.
¿Se puede aprender desde el enojo y el dolor? Claro que no.
Poner límites o evitar conductas conflictivas, tiene que ver con la gestión emocional y no con el castigo o maltrato. Para ello, es necesario explicar por qué algunas acciones no corresponden y cuáles son las consecuencias que deben asumir.
Toda conducta tiene una consecuencia y es allí desde donde debemos generar los acuerdos para fomentar la responsabilidad y la empatía. Explicar a los niños y adolescentes lo que sucede ante determinados hechos y cómo influye en sus vínculos y su entorno, es hacer visible aquello, que quizás, aún no lo tienen incorporado como aprendizaje.
Realizar acuerdos o acciones reparadoras, genera en ellos confianza en sus posibilidades y la capacidad de involucrarse de manera activa en la solución efectiva de los obstáculos cotidianos.
Las penitencias o castigos buscan culpables y no responsables. La culpa no genera acciones positivas, solo genera frustración y mayor enojo, perdiendo de vista la posibilidad de encontrar puntos en común en los que prime el respeto y la tolerancia.