Boulogne-sur-Mer (Francia) había despertado con una temperatura bastante caliente, el 17 de agosto de 1850 el General se levantó tranquilo, pasó a la habitación de su hija a quien le pidió la lectura de los diarios, ya que él hacía bastante tiempo que, a causa de cataratas, había perdido la visión, luego ingirió algunos alimentos.
El médico debía visitarlo pocas horas más tarde, hacía varios días que los dolores de estómago por una úlcera crónica que padecía desde hacía muchos años, lo torturaban, incluso para calmar los dolores había tomado más opio del acostumbrado. El médico le comentaría a su hija Mercedes y a su yerno Don Mariano Balcarce que la crisis pasaría como en tantas otras oportunidades, sin advertir que la hemorragia final estaba en marcha.
Pasada las dos de la tarde, el General que permanecía en el lecho de su hija, se sintió atacado con ferocidad por los dolores, manifestó sentir frío y convulsionó, con un hilo de voz le pidió a su yerno que alejara a Mercedita e inmediatamente expiró sin agonía ni más sufrimientos, con la valentía que lo caracterizaba, el General Don José de San Martín iniciaba su paso a la inmortalidad, rodeado de los seres queridos y la desesperación de su hija, que lo cuidó con toda dedicación en sus últimos años de existencia, eran las tres de la tarde.
Misteriosamente el reloj de pared que había en la planta baja se detuvo a esa hora exactamente, como si el corazón del ilustre fallecido se hubiere detenido junto a la máquina del viejo reloj, pero más sorprendente aún es que el reloj de bolsillo del General también se detuvo a la misma hora, como si quisieran perpetuar el momento del doloroso acontecimiento, ambos relojes nunca más volvieron a funcionar.
Don Félix Frías que fue testigo presencial de estos acontecimientos en un informe para el diario “El Mercurio”, escribió entre otras cosas “En la mañana del 18 tuve la dolorosa satisfacción de contemplar los restos inanimados de este hombre, cuya vida está escrita en lo más brillante de la historia americana. Su rostro conservaba los rasgos pronunciados de su carácter severo y respetable, un crucifijo estaba en la cabecera de su lecho de muerte, dos hermanas de caridad rezaban el descanso del alma que abrigó aquel cadáver.
Al día siguiente, 19 de agosto, al tiempo de colocar en el féretro los restos del ilustre difunto, la Guardia Nacional resonaba frente a la casa mortuoria, como un homenaje militar tributado al guerrero. A las 6 de la mañana del día 20, el carro fúnebre recibió el féretro y fue acompañado en su tránsito silencioso por un modesto cortejo. La carroza se detuvo en la Iglesia de San Nicolás, allí rezaron algunos sacerdotes oraciones religiosas, después el convoy fúnebre siguió hasta la catedral, en una de cuyas bóvedas fue depositado el féretro hasta su traslado a Buenos Aires, tal como quería el General San Martín”.
Es menester comentar que la desaparición física del General fue tranquila, tuvo una sepultura modesta, sin pompas ni ostentaciones, tal cual era el noble espíritu del gran libertador de Sud-América. Nuestra Patria como la de Chile y Perú rinden honores a través de la historia, por lo que su lucha, su pensamiento, su valor y el amor por su tierra, quedaron para siempre grabados en su digno transito a la inmortalidad.