Desde que se me apareció esa pregunta, he encontrado un motivo más para reflexionar.
Con el correr del tiempo, me he transformado en una persona que mira la vida con optimismo, o que elige preguntarse para qué me pasa lo que me pasa. Y eso no quiere decir que no llegue el dolor. Quiere decir que le doy un tiempo hasta que elijo soltarlo, y no sufrir.
Con el correr del tiempo, sumado a instancias de reflexión, ahora identifico la emoción del duelo, y elijo gestionar su aparición. Insistiendo con el uso de ese espejo mío, mágico, que me habla, conozco esas situaciones que me provocan dolor, y busco aprender de ellas.
Me duele la agresión porque sí. Me duele que no haya placer en las cosas que uno hace. Me duele que construyamos muros, y no puentes. Me duele que mostrar nuestros sentimientos nos tilde de débiles. Me duele no hacer, y elegir quejarme. Me duele la soledad de quienes no saben estar solos. Me duele el mirar y criticar, en lugar de mejorar y hacer. Me duele la resignación. Me duele que no sepamos que a veces retroceder es avanzar. Me duele vivir el pasado o el futuro, descuidando el presente. Me duele que cada uno de nosotros no conozca su destino. Me duele que no aprendamos a contemplar una flor. Me duele que haya gente que le duelan los abrazos, o peor aún, que nunca los reciba. Muchas veces, me duele el amor.
El dolor aparece cuando se pierde algo o alguien. Mi y tú responsabilidad no es dejar de sentir dolor cuando sea necesario. Nuestra obligación sí es en cambio, preguntarnos qué voy a hacer con ello. Y así aparece nuestro poder para gestionar eso que siento.
En mi caso, el dolor se cura con amor, porque es allí donde más me duele la vida: donde siento que falta A-MOR (sin-muerte).
¿Dónde te AMA la vida?