Vestir es comunicar. Nuestras prendas componen un lenguaje sin palabras, lo primero que nuestro interlocutor registra, antes de pronunciar nada. ¿Somos conscientes de lo que decimos?
Abrimos el placard cada mañana y ¿qué encontramos?, una ordenada colección de palabras para componer nuestro discurso del día, o un entrevero de vocablos sueltos. O lo que es aún peor!, una sopa de letras…
Culturalmente creemos que el ya clásico no tengo qué ponerme se soluciona acumulando aún más prendas, incluso agrego algunas por las dudas… nuestra lectura es que el problema es la falta, no el exceso.
Diferentes movimientos y alternativas se presentan en la actualidad en respuesta al fastfashion, este veloz movimiento de la moda, que se acelera cada día más y que hace que las novedades propuestas superen ampliamente las clásicas dos presentaciones anuales: O/I – P/V.
La cantidad de colecciones se incrementa, y con ella la necesidad de mantener un ritmo de consumo que engorda nuestro placard muchas veces con comida chatarra. Reciclar, reutilizar, revalorizar, suenan cada vez más fuerte, slowfashion, economía circular, vienen detrás.
Sin embargo, bajo todas las propuestas en pos de acelerar o desacelerar el consumo, de ayudarnos a encontrar que vestir y resolver nuestro gran enigma de las mañanas, y después de tanta metáfora, descansa una pregunta clave: ¿Conocés realmente tu estilo?
Tu estilo es tu manual de palabras clave, tu guía, tu hoja de ruta. El mapa que te permite hacer pequeños desvíos cuando querés, pero llegar a destino de la mejor manera. Teniendo claro cuál es tu mensaje, te es más fácil comunicarlo y elegir las prendas que mejor hablen por vos. Por eso la propuesta de esta Guía de Estilo esta vez es invitarte a responder: ¿Podés definir tu estilo en dos palabras?
Descubrirnos, aplicar un poco de “ingeniería” a nuestro guardarropas para optimizarlo a su máxima capacidad de expresión y tener en claro si lo que comunicamos al vestir habla realmente de quien somos puede parecer algo complicado, pero una vez que logramos este click, nuestro vestidor se descubre como nuestro mejor aliado y dejamos de desayunar con la temible incógnita del “Qué me pongo”.