La edad promedio de la mesa de esas cuatro mujeres era 40 años. Lo supe después cuando la conversación había avanzado, porque mi primera impresión le había quitado al menos 5 años a cada una.
No llegué con ellas al bar, pero si nos fuimos juntas.
Pasó que tuve que esperar de más a mi amiga, y hoy me pregunto si habrá sido que yo estaba sentada muy cerca o ellas hablaban muy alto. Curiosidad, empatía o simpatía de por medio, lo cierto es que por un rato las escuché, sin ser parte.
Parecía una reunión de festejo. Después de ponerse al día pidieron para brindar.
Las copas chocaron, es cierto. Pero el motivo fueron las penas y no las alegrías. Tres de ellas tomaban pastillas para dormir. Todas soñaban con una cirugía estética que las mejorara. Una tras otra argumentaba sus razones para seguir quejándose de sus relaciones. Discutieron por el viaje que siempre se prometían y nunca hacían.
Y mi amiga aún no llegaba.
Dos brindis después, al menos la queja traía carcajadas. Reír para no llorar, que le dicen. Y yo, que sin estar invitada me sentía bebiendo con ellas, quise hacerles una pregunta (se me escapó intencionalmente en realidad).
Les pregunté por sus pasiones. Y ahora reinaba el silencio.
Mi amiga llegó en el preciso momento en que yo escuchaba que ninguna se lo había preguntado aún. Durante un largo tiempo se habían olvidado de mirarse. Si sabían que parte del cuerpo retocarse. Habían aprendido a llenarse de actividades sin sentido o con sentido para otros. Sabían cómo esconder lo que les dolía, aunque no conocieran el origen de ello.
No recuerdo mucho la conversación con mi amiga. La mesa de al lado me había invitado a reflexionar. Me quedé hasta dolorida de la situación. Porque me acordé que yo también estuve mucho tiempo dormida como ellas. Con el mismo efecto, pero sin pastillas.
Pero también me acordé de cuando descubrí mi propósito, y entonces elegí despertar. ¿Cómo sería tu día a día si elegís vivir desde tu pasión?