En mis momentos de reflexión (que por lo general son cuando me desconecto de todo e intento conectarme conmigo), se me apareció la pregunta que acabas de leer. Cuando eso me pasa, confieso, no paro de buscar hasta encontrar (o al menos creer que encontré) la posible respuesta.
Constantemente se nos presentan desafíos y posibilidades a lo largo de nuestra vida, y, por experiencia propia, y por lo que escucho en mis encuentros con otros, todos tenemos ganas de hacer algo diferente, algo por primera vez, algo que nos debemos desde siempre, algo que nos genera curiosidad y osadía. Pero muchas veces nos quedamos ahí: en las ganas y el pensamiento.
Fundamentalmente, creo yo, porque nos ganan los miedos. Me corrijo, nos gana el miedo al miedo.
Miedo a no encajar, a no ser aceptado, a fracasar, a no estar capacitado, a frustrarnos, a quedarnos sin dinero o no poder volver a generarlo. Miedo al qué dirán, a gritar nuestros sueños porque tal vez no sean tan grandes, ni tan buenos. Miedo a que nos copien los proyectos, a generar nuevas relaciones interpersonales, a no creer que podamos…
Y la lista sigue. Y el tiempo pasa. Y el desánimo, la apatía o la resignación incluso llegan para vencer esos miedos.
Por lo general, una pregunta me trae nuevas preguntas: ¿Cómo veo y cómo abordo al miedo? ¿Tener miedo es bueno o malo? ¿Deben desaparecer los miedos para avanzar?
Lo interesante es que con ellas, también ensayo posibles respuestas, sobre todo desde la experiencia. Y así, sin ánimo de decirles cómo es la “receta” comparto algunas conclusiones:
Asumir que tenes miedos, cambia tu manera de ver la vida. Ignorarlo, no siempre es fácil. Acumularlos, me pesa. Transitarlos, me empodera. Y convivir con ellos codo a codo, me motiva.
No encontré ningún ejemplo en mi vida (al menos de lo que me acuerde) donde el miedo no haya sido mi aliado. Con él aprendí a andar en bici, me recibí, me casé, tuve hijos, cambié varias veces de trabajo y emprendo día a día anhelando una mejor calidad de vida para muchos. Sigo llena de miedos. Antiguos, nuevos, recurrentes. Pero hoy los espero. Dejé de tenerles miedo. Hice y avancé (y también me equivoqué) gracias a él.
Hoy, si lo miro distinto, encuentro esta respuesta: El miedo ha sido mi gran maestro, y mi gran motor.