Los padres podemos enseñar a nuestros niños a desarrollar su inteligencia emocional y así aprender a gestionar las emociones. El desarrollo emocional es parte de la formación integral del niño y es la base fundamental para una inserción social positiva.
Hasta hace poco tiempo el concepto de inteligencia, se entendía y asociaba solo al coeficiente intelectual, es decir, que se tenían en cuenta las capacidades propias del rendimiento académico. Con los nuevos paradigmas pedagógicos y los aportes de las neurociencias, este concepto se amplía y la inteligencia se desarrolla en función de diferentes factores, en donde las emociones cobran un papel preponderante. Somos seres emocionales que razonamos, por lo que estamos atravesados por historias y experiencias que condicionan o potencian nuestros aprendizajes y las posibilidades de poner en práctica lo aprendido.
El desarrollo de la Inteligencia Emocional, implica reconocer los propios estados de ánimo y poder gestionar las emociones perturbadoras e impulsos y el autocontrol.
Como todo aprendizaje, lleva un proceso, en donde los adultos debemos ser los guías y ejemplos de esta construcción. Las primeras interacciones de los niños con el otro, suelen ser impulsivas y con poca tolerancia a la frustración. En general, estas conductas son derivadas de los escasos recursos que todavía poseen del lenguaje y por otro lado, son expertos en intentar trasgredir la norma, experimentar hasta dónde pueden llegar en su afán por descubrir el entorno y las relaciones que los vinculan.
En este sentido, debemos estar atentos a poner límites claros y acompañarlos para encontrar las mejores opciones para resolver los conflictos de manera positiva.
Esto implica acordar con ellos algunas estrategias simples como el diálogo, los acuerdos y por sobre todo, la empatía. Comprender que nuestras acciones siempre tienen una consecuencia en nosotros y en el entorno, será uno de los pilares fundamentales para el desarrollo de la inteligencia emocional.
Podemos ser adultos con un gran acopio de conocimiento, pero si no somos capaces de vincularnos de manera positiva, de poner en práctica lo aprendido en función de las necesidades propias y ajenas, nuestra inserción social se verá afectada y no seremos capaces de desarrollar las habilidades sociales necesarias para ser un adulto exitoso.
Educar la mente sin educar el corazón, no es educar en absoluto” – Aristóteles.