Poner límites nunca ha sido una tarea fácil y tampoco existen recetas mágicas para lograrlo.
Hablar de límites es hablar de establecer un borde, una frontera, un “hasta aquí se puede” y cuando esto no sucede aparece el DESBORDE. Dicho desborde se hace evidente, con berrinches, con comunicación violenta, con conductas poco empáticas.
La función de poner límites está ineludiblemente asignada a la familia o a los adultos en donde los niños desarrollan los primeros hábitos y con ellos, los modos de vincularse. Establecer límites significa contener, cuidar y proteger. Tiene que ver con el desarrollo emocional del niño y con la forma en que éste se relacionará con el mundo extra-familiar como la escuela.
Poner límites y establecer normas, no se relaciona con la violencia o el castigo, sino con el amor y la claridad entre lo que los adultos dicen y hacen.
Los niños pequeños ponen a prueba nuestra tolerancia porque están explorando los límites en todos los aspectos del mundo que les rodea mientras construyen la subjetividad del entorno en función de lo que observan de las conductas de los adultos.
El objetivo de que el niño aprenda disciplina y responsabilidades a temprana edad, es que pueda establecer conductas sanas que le permitan vincularse de manera positiva en todo contexto.
Establecer normas y acuerdos de convivencia, ayuda a los niños a aprender cómo empezar a regular su conducta para lograr, no solo mejores vínculos, sino también, mayor tolerancia a la frustración.
Esto tendrá grandes beneficios para su desarrollo y su conducta futura como adolescentes y adultos empáticos, respetuosos de los criterios ajenos, a la vez de ser críticos y responsables, actores de una sociedad más justa.
“Educar la mente sin educar el corazón, no es educar en absoluto”- Aristóteles