Perfecta, así nací según me decían. Y yo me lo creí. Tal vez por eso todo lo sabía, todo lo podía. Y así viví muchos años, alimentándome de halagos, dando órdenes, confiando en que sólo yo sabía cómo hacer las cosas. Y sólo había una manera: la mejor, la mía.
Pero ninguna historia con semejante ingrediente sale airosa de esta vida. De la perfección a la exigencia casi no hay distancia. Y de ellas a la frustración, menos. Son primas… y de las tóxicas!
Con la seguridad como bandera y la toma de riesgo como un loco invento de los delirantes, elegí la comodidad. Corrijo: la falsa comodidad. Esa que te invita a hacer todos los días lo mismo, a creer que las cosas no cambian, que es lo que “te tocó” y cuantas excusas se crucen por tu camino. Esa que inhibe tus sueños, que anestesia tu luz, que impide tu crecimiento.
Y de nuevo la vida, y sus desafíos.
La falta de disfrute, el darme cuenta que no conocía cuál era mi verdadero talento, y la manera de relacionarme con los demás y conmigo misma, me obligaron a gritar BASTA. Junté todos mis miedos, y mi confort se transformó en coraje.
Me permito hoy empezar algunas cosas y no terminarlas, no doy consejos, escucho más música y no hay un día que no me detenga a admirar una flor. No logro mantener mi auto siempre impecable, y no siempre tengo listo todo cuando llegan visitas a casa. La toalla más linda me la guardo para mí, y amo los vinos de un miércoles a la noche. Mis relaciones no tienen días ni horarios, y si no quiero ver a nadie también lo digo. A veces me sirvo la porción más grande, pero no pasa un día que mi hijo no sepa cuánto lo amo. Me permito equivocarme seguido, de hecho, amo hacerlo. Mi pelo ya no está tan lacio, ni mis uñas impecables siempre.
Creo que es más liviano ser excelente en lo que hago, que perfecta todo el tiempo. A decir verdad, ya no me creo ese cuento, elijo otro con un final feliz, el que escribo yo misma, desde el error y mis logros.
Perfección o disfrute? Qué duda les cabe?