Estadísticamente, es mucho mayor la cantidad de gente que piensa y diseña proyectos, que quienes lo llevan a cabo. ¿Los motivos? ¡Tan variados como personas hay en este mundo! ¿Los resultados? Personas soñadoras, idealistas, esperanzadas, comprometidas, pero también resignadas, estancadas, frustradas, miedosas… Y mientras tanto, alguien más lo hace. Y mientras tanto, otro se anima. Y mientras tanto, aparecen quienes enfrentan la queja desde el hacer. Y mientras tanto, y desde la silla, a esa gente “pensante”, se le pasa la vida. El “después”, “algún día”, “cuando tenga tal cosa”, “cuando ocurra tal otra” y cuanta excusa quede cómoda, pasan a ser mantras cotidianos de inacción.
Y de nuevo las historias para despertar, y de nuevo el espejo, ese amigo interior que les vengo presentando hace ya unos meses. Reflexión, experiencia y aprendizaje mediante, me dí cuenta cuáles eran mis conversaciones de no-posibilidad. El apego a los miedos, a las expectativas, a la mirada del otro, al futuro que no podría controlar, a la ansiedad frente al proceso, a la esperanza puesta sólo en el resultado, al trabajo individual, a las excusas, a creencias sin cuestionar, el no escucharME, y la lista de “agentes tóxicos” continúa…
Cuando te das cuenta que tenés la posibilidad de mejorar, y encima reconocés los obstáculos o tenés las herramientas, ya no hay más espacio para la víctima. Es a partir de allí que, habiéndolo visto, necesariamente debo hacerme cargo del cambio que necesito. Ese “ruido mental” de todos los días sin dudarlo debe convertirse en acción, y con ello, en silencio constructivo.
¿Cómo se hace? ¿Cuál es el primer paso? ¿Cuál es el criterio para decidir? ¿Cómo me aclaro?
Si me leíste hasta acá, quiero decirte que no tengo la respuesta. No al menos, para eso que te pasa a vos. Sí te cuento lo que a mí me fue y sigue siendo útil para pasar de la idea a la acción: conocerME, tener más preguntas que respuestas, pedir ayuda, escuchar, pero fundamentalmente, conociendo el VALOR y PROPÓSITO de eso que quiero hacer. Descubrir PARA QUÉ hacerlo. Identificar el sentido, considerar el impacto, aclarar la finalidad.
En un mundo donde lo inmediato y lo sin-esfuerzo es el filtro para hacer (o no), necesariamente requiere de un propósito más fuerte. Necesariamente requiere de una decisión, y un destino, es decir, de SENTIDO.
Levantarse de la silla y pasar del pensamiento a la acción nos motiva, entusiasma y nos hace sentir más confiados y poderosos. Reconocernos capaces de dar ese tan temido primer paso nos empodera, y nos muestra que no hay nada que no podamos lograr, cuando nuestra misión empieza a tomar fuerza. El compromiso deja de ser con estar sentado, y se nutre de acción, cuando encontrás la respuesta a mi mantra favorito: ¿PARA QUÉ HACÉS LO QUE HACÉS?