Por alguna extraña razón los padres tienden a dar órdenes permanentemente a sus hijos: _“levante rápido, no llores, cállate, basta de hacer eso….” y un sin fin de frases imperativas sin intentar dar explicaciones amigables que justifiquen un pedido amoroso o escuchar sus necesidades.
En otras ocasiones son críticas: _ “siempre tan lento, nunca terminas la tarea, eres torpe, qué tonterías dices…” y podría seguir escribiendo páginas completas con oraciones de este tipo, en las que solo expresan desagrado o quejas, generando baja estima y temores.
¿Qué sucedería si este trato lo recibimos de otros adultos en nuestro entorno cotidiano, laboral o social? ¿Sería sano, sería aceptado? ¿Tendríamos ganas de continuar allí?
Suponemos que, por ser los adultos, tenemos la potestad de decir y hacer con los niños lo que nos parezca. Creemos que es la manera de poner límites sin dar más explicaciones que: PORQUE LO DIGO YO!
Un niño que es criticado, desvalorizado y solo recibe órdenes de sus padres, no dejará de amarlos, dejará de amarse y se sentirá inseguro para relacionarse con su entorno. Creerá que no es capaz y su desarrollo emocional se verá invadido de temores y ansiedades, sus conductas serán cada vez más complejas y crecerá con poca empatía y tolerancia.
Si una planta crece mejor con cuando la tratamos con amor, imagínense un niño!
Poner límites no es un hecho violento, es un acto de amor y como tal, debe ser tratado con respeto y tolerancia. Las normas de los adultos son aprendizajes que los niños tienen que construir con tolerancia y mucho amor. Nadie aprende en un ambiente amenazante, nada se construye desde la crítica y el enojo.
Somos responsables de las próximas generaciones de adultos, necesitamos educar para la paz y la responsabilidad. No tenemos demasiado tiempo, amar es urgente.